
Este fulano, y adulto mayo, no era de tragos; esto es, nunca lo vimos pisas una cantina, su negocio estaba en las calles, preferentemente las del Norte de nuestra urbe en los años cincuenta: era alto y desgarbado, de sombrero café y cargado siempre una bolsa sucia como su indumentaria.
En la bolsa estaba su mercancía, vendía perros pequeños, por lo general de buena raza (bulldogs, salchicha, pastor alemán …) y parecía tener ya a sus clientes, gente de centavos.
Una tarde saliendo de la escuela, abordamos el camión para irnos a las casas y nos lo encontramos como pasajero, llevaba en su morral unos lindos perritos que nos llamaron la atención, y uno de mis amigos le preguntó:
-Oiga, ¿y de donde son estos perritos?
Y él, impertérrito, respondió:
– De Danubia
El hombre acababa de inventar un país (o yo creo que intentó decir el Danubio azul, que no es un país, pero de todos modos nos reíamos del inventor, vendedor de perros) no hemos vuelto a saber de este personaje.
El patuchin
Era un hombre de unos 50 años del barrio de Santiago, gustaba sobremanera de la copa y no había tarde en que no lo viéramos dando traspiés después de una buena papalina y hablando en soliloquios acerca de los temas de moda y de los actores de cine de entonces como María Félix, Aguistín Lara y otros más.
Era un borracho simpático que hacía reír a la chiquellería y a los adultos también, su apodo -nos decía alguien- como que sonaba incompleto, pero hay que pensar que si se completaba resultaría una total mentada de madre.
Por otra parte, nunca en sus soliloquios, le escuchamos pronunciar una palabrota y se contentaba con saludar ceremoniosamente a los vecinos. Lástima que el Lic. Burgos Britos, D. Francisco D Montejo Baqueiro y los otros cronistas no lo incluyeron entre sus tipos populares.