
En un comercio céntrico el propietario aleccionaba en tono amable a un empleado muy joven: “Hace unos minutos entraron dos señores, te dieron los buenos días y tú no les contestaste. Estuvieron viendo las piezas de estos estantes y tú ni en cuenta. Me tuve que parar a atenderlos. Te voy a pedir que guardes tu celular en el cajón. El celular te absorbe de una manera que te desvía de lo que pasa a tu alrededor”.
Este es apenas un caso dentro de una situación recurrente. Problemas en centros de trabajo por los descuidos ocasionados por estar inmersos en el celular, desde comida que se quema hasta accidentes con víctimas mortales. Sé que por razones de seguridad laboral, en varios trabajos de construcción los albañiles están obligados a dejar en custodia sus móviles y sólo los pueden emplear a la hora de la comida.
He pensado también que los autobuses deberían tener una advertencia en su parte de ascenso: “Favor de no usar el celular mientras aborda”. Porque hay personas que por tener ocupadas las dos manos en la búsqueda del dinero para pagar su pasaje, sostienen el celular entre cachete, cuello y hombro. El peligro está en que cualquier leve maniobra o frenada les haría perder el equilibrio con facilidad, haciendo que vuele el aparato y por reflejo quieran atraparlo. Lo mismo ocurre en el tránsito peatonal, donde ya se vuelven comunes los choques de cuerpos, las caídas y tropezones así como una nueva forma de sonambulismo al cruzar las calles. Hay que gente tan embebida en su teléfono que se salva apenas de ser atropellada y ni se entera.
Sus interferencias en la comunicación son de todos los días y una considerable parte de las discusiones entre personas proviene de que alguna se deja llevar por el aparato y deja de escuchar a su interlocutor. El silencio de éste puede durar minutos sin que la otra persona se percate de que ya tendió una barrera.
Durante una conferencia de Carlos Monsiváis en Mérida, en tiempos en que la mayoría de las personas mirábamos el celular como algo ajeno e inalcanzable, se escuchó desde un pasillo de acceso al auditorio el timbre del teléfono y la resonante voz de quien había tomado la llamada. Monsiváis interrumpió su charla y comentó: “Voy a callarme… Es de mala educación hablar cuando alguien está contestando su celular”. El modo en que lo dijo despertó la hilaridad del público.
Todo esto puede ser tema de creación y reflexión artística. He sabido de alguna obra de arte sonoro a base de tonos y timbrazos de celular y he visto la exposición de un estudiante de artes visuales donde se remarcaban las transformaciones del aparato y su dominante uso en nuestro mundo actual.
Por supuesto, que los beneficios de utilizar el celular son mayores que sus desventajas. Han salvado vidas, resuelven muchos problemas y pueden permitir un gran ahorro de tiempo en las actividades diarias. Por el otro lado, su uso frecuente puede volverse adictivo y una fuente de descuidos fatales.
Dentro de los acostumbrados cambios sexenales en los planes de educación convendría incluir materias a base de dinámicas en relación al uso de las nuevas tecnologías, no sólo en cuanto a capacitación de manejo sino en relación a su uso racional y mesurado. Que se emplee como un medio y una herramienta útil, sin volverse esclavo de sus funciones, muchas de ellas para nada indispensables. Esta enseñanza forma parte de las necesarias adaptaciones que debe ir procurando la educación respecto a la complejidad de la sociedad contemporánea.