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La agente Josephine (I)

Josephine Baker

Josephine Baker fue una de las estrellas más exitosas en la Francia de los locos años veinte del siglo pasado. La bailarina, cantante y artista de club nocturno cautivó por primera vez a los parisinos en 1925 cuando apareció desnuda en el escenario del Théâtre des Champs-Élysées, salvo por unas cuantas plumas que resaltaban su bien delineada anatomía. Al año siguiente, en el Folies Bergère, el público contempló su piel morena adornada con apenas unas perlas y una falda confeccionada con plátanos. Baker era conocida por pasear por las calles de París en compañía de Chiquita, un guepardo que llevaba un collar incrustado de diamantes. Pero ¿Quién era ella realmente?

Lauren Michele Jackson (1991), crítica y profesora de estudios afro-americanos de la Universidad de Northwestern, publicó anteayer en The New Yorker un extenso artículo sobre este icono del espectáculo estadounidense. Indica que aun cuando Baker no pudo triunfar en su propio país por razones políticas, su influencia, sin embargo, ha sido perdurable: Diana Ross, Beyoncé y Rihanna han jugado con su silueta; Lynn Whitfield recibió un Emmy como protagonista de The Josephine Baker Story (1991) de HBO. En Frida (2002), Baker vive un romance con el personaje principal, un guiño a la sexualidad libre de ambas; ella también aparece en Medianoche en París (2011). Cush Jumbo organizó un programa-tributo, “Josephine and I”, en 2015, y Carra Patterson recientemente la interpretó en un episodio de la serie de terror “Lovecraft Country”. Ruth Negga y Janelle Monáe pronto actuarán en un par de series de televisión sobre ella.

En noviembre pasado, Baker fue incluida en el Panteón francés, con lo que se convirtió en la primera mujer de color en ingresar en ese monumento sagrado, donde ahora convive con figuras como Víctor Hugo y Marie Curie, entre muchos otros hombres y mujeres notables.

Lauren resalta que Baker no se movió únicamente en el glamoroso ambiente artístico, sino también en el del espionaje, con base en el nuevo libro Agent Josephine: American Beauty, French Hero, British Spy, del periodista británico Damien Lewis, donde se narra con información inédita su desempeño como agente de la resistencia antinazi.

El libro de Lewis está basado en entrevistas con veteranos, memorias de agentes, archivos familiares privados de un espía británico y los archivos de guerra de las oficinas de inteligencia, algunos de los cuales apenas se desclasificaron en 2020. Por su parte, Baker mantuvo silencio sobre los siete años que luchó contra los nazis y cuando murió en 1975 se llevó a su tumba sus secretos.

Al igual que muchas mujeres de color, Baker contó sus orígenes de muy diversas maneras. Les Mémoires de Joséphine Baker aparecieron en 1927, cuando ella tenía apenas veintiún años; su coautor fue Marcel Sauvage. Otra autobiografía, Josephine, publicada en 1977, dos años después de su muerte, estaba basada en notas personales, recortes de prensa, documentos y el borrador de unas memorias que su último esposo, Jo Bouillon, reunió con la ayuda de un coautor. Más cercana a la verdad es la biografía Josephine: The Hungry Heart, publicada en 1993 y escrita por su hijo adoptivo Jean-Claude Baker con el periodista Chris Chase.

Baker tenía sus razones para reorganizar sus recuerdos en forma heterodoxa. “Una infancia negra siempre es un poco triste”, dijo Josephine a Sauvage. La suya comenzó el 3 de junio de 1906 en St. Louis, cuando la joven Carrie McDonald dio a luz a una bebé a la que llamó Freda Josephine. La bebé era regordeta, y por ello le pusieron por sobrenombre Tumpy (por Humpty Dumpty, personaje de una canción infantil inglesa), un apodo que persistió mucho después de que la pobreza la obligara a enflaquecer.

Como la identidad de su padre nunca se determinó con precisión, Baker usó esa circunstancia para contar varias versiones. Lewis señala que ella afirmó unas veces que su padre era un famoso abogado negro, en otras aseveró que era un sastre judío, un bailarín español o un alemán blanco que residía en Estados Unidos.

La pequeña Tumpy quería bailar, pero las oportunidades para hacerlo eran escasas. En 1921, Baker había huido de St. Louis y de su segundo marido (tenía quince años cuando se casó con William Howard Baker) y encontró trabajo como corista entre los Dixie Steppers, una compañía itinerante de vodevil. Un día decidió viajar a Nueva York, donde se empleó tras bastidores para la revista negra “Shuffle Along”. Cuando un miembro de la compañía enfermó durante la gira, Baker ingresó al elenco y después de una exitosa ejecución consiguió un papel en el musical de Broadway de 1924 “The Chocolate Dandies”. Tenía diecinueve años cuando fue reclutada por una dama de sociedad y empresaria llamada Caroline Dudley Reagan para una nueva producción al otro lado del Atlántico. “La Revue Nègre” se inauguró en el Champs-Élysées el 2 de octubre de ese año. Esa noche nació una legendaria vedette.

Su estilo desconcertó a los críticos: uno de ellos apuntó que encarnaba a “la Venus negra que perseguía a Baudelaire”. Por su parte, el escritor Ernest Hemingway dijo que ella era “La mujer más sensacional que nadie haya visto nunca”. George Balanchine le dio clases de baile; Alexander Calder la esculpió. Adolf Loos, después de un encuentro casual, se inspiró en ella para dibujar una maravilla arquitectónica que denominaría Baker House.

En los años treinta, Baker había evolucionado. El espectáculo “Paris Qui Remue”, en el ilustre Casino de París, lo dejó claro. Los atuendos estrambóticos habían desaparecido. En 1930, Janet Flanner escribió: “Su cuerpo de color caramelo que de la noche a la mañana se convirtió en una leyenda en Europa sigue siendo magnífico, pero se ha adelgazado, entrenado, casi civilizado”. Sin embargo, como suele suceder, no todos estaban de acuerdo. Los titulares de la prensa austriaca denunciaban al “Diablo Negro” que recorría ciudades de ese país; en el Theater des Westens, en Berlín, Baker fue perseguida por racistas. A finales de los años treinta, su rostro apareció en un folleto publicado por el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels, como representante del arte degenerado. Poco después, Benito Mussolini prohibió que Baker entrara en Italia.

¿Cómo un objetivo plenamente identificado por los fascistas podría servir como agente secreto? Su misma celebridad proporcionaría el camuflaje necesario, o al menos eso argumentó el director de teatro Daniel Marouani cuando mencionó su nombre en la agencia de contrainteligencia francesa, la Oficina Deuxième. Algunos oficiales de esa Oficina trajeron a colación el caso de Mata Hari, la bailarina holandesa que fue reclutada por los franceses durante la Primera Guerra Mundial y luego ejecutada por ellos mismos cuando se descubrió que había sido una agente doble para los alemanes.

Sin embargo, la Oficina de Deuxième estaba en una situación desesperada: tenía problemas de liquidez, falta de personal, además de que era ignorada por los políticos. El contraespionaje requeriría el despliegue de agentes aficionados, leales y no remunerados, quienes serían designados como corresponsales honorarios.

En el libro de Lewis, el coprotagonista de Baker es el capitán Jacques Abtey, un agente de la Oficina Deuxième. Tenía treinta años cuando, en septiembre de 1939, fue enviado a conocer a Josephine. Su misión era determinar si ella estaba dispuesta a colaborar y si podía ser confiable como agente encubierto. Al llegar a su mansión en el elegante suburbio parisino de Le Vésinet, la encontró con un sombrero de fieltro y pantalones descoloridos mientras buscaba caracoles en el jardín para alimentar a sus patos.

Después Baker lo invitó a pasar a su casa, destapó una botella de champaña y brindó por Francia. Abtey quedó cautivado por su nacionalismo francés y por su personalidad casi infantil. Después de que él la aprobó, se le pidió que explotara sus contactos italianos y japoneses para obtener cualquier información útil. (Continuará)

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