La tragedia de Pedro Infante en 1957 cimbró a todo el país, a toda América Hispana y aún a lugares remotos donde se habla el castellano. Aquí dejó una huella imborrable dentro del pueblo y hasta un monumento se le levantó en la zona de las Cinco Colonias.
Aparte del actor y su copilote, hubo algunas desgracias fatales que han pasado al olvido. Luis Alberto Rivas nos decía que él fue el primer comunicador (reporteaba entonces para la XEFC) y pudo darse cuenta del estrellamiento de aquel avión que hizo historia.
Nosotros andábamos por el extranjero y regresamos años después de la tragedia. Toda Mérida tenía detalles que contar del asunto y según lo que escuchamos, una joven muchacha con terribles huellas en el rostro, era una sobreviviente del avionazo, esta joven (a la que conocimos en un bar un mediodía mientras tomábamos la cerveza) fungía de pordiosera vestida con verdadera humildad.
“Esta chica vive de milagro -nos decían- pero las llamas del accidente le dejaron una huella viva en el rostro y otras partes de su cuerpo”.
Ahora bien, nosotros no podemos asegurar, por estar ausentes al momento de la tragedia, si lo que nos contaba la gente tenía visos de verdad o era un reverendo chisme. Tal vez alguno de nuestros lectores nos pueda aclarar la situación: ¿Es verdad o sólo un chisme?.
Un pequeño que podría perder la cabeza…
Y ya que nos metimos a las cantinas, recordamos con exactitud a un joven trigueño que las recorría, llamando la atención una receta médica que le colgaba con un hilo del cuello, y ante aquella “prueba clínica” los buenos de corazón le daban la bendita caridad pues necesitaba adquirir el medicamento y “andaba bruja”.
Otros se negaban, un día en un bar mi chofer Carlos le dijo que se quitara la receta para verla de cerca y comprobar de que se trataba, el pordiosero se negó a complacer al chofer: ¿Oye -le dijo éste- y qué tiene de malo que te quites la receta y me dejes verla más cerca? y he aquí la inesperada respuesta: “No, porque si me la quito se me cae la cabeza” (un pícaro de siete suelas…).
