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El derecho al Tren Maya y el derecho a su oposición

La vida y sus beneficios son de ida y vuelta; de doble carril. En esos carriles, todos sin excepción, podemos hacer uso de los elementos benefactores que la naturaleza ha dispuesto para el desarrollo y la permanencia vital, dentro de ellos.

Por el aumento poblacional, los grupos de poder han tenido que recurrir a las reglas y las leyes a fin de lograr una convivencia humana organizada y en paz.

En nuestra civilización, los grupos de poder realizan cambios en el medio ambiente, viéndose afectados unos, y beneficiados otros. Y las más de las veces el grueso social no participa en discusiones, diálogos o mesas de análisis. Para esto, hay grupos de especialistas que discuten los pros y los contras de las empresas que modificaran sectores de las aguas, las selvas, el aire, el viento y todo el entorno del hombre. Ahí, entran los ambientalistas y ecologistas, a los que se suman simpatizantes del orden de la naturaleza. Muchas veces, ambas partes se manejan por intereses económicos.

El Tren Maya ha causado revuelo en grupos que argumentan su solidaridad con la ecología. Muchas veces esos “ejidatarios”, protestan porque les arrasan sus montes y selvas. Vayamos por partes. Un ejidatario, es dueño de una parte de un ejido y esta porción de tierra fue repartida para ser usada como tierra cultivable. Al paso del tiempo, el ejidatario convertido en campesino, después de usufructuar la tierra, puede venderla para utilizada sin fines específicos. Ejemplifico: todos los terrenos de los alrededores de la Mérida fueron propiedad ejidal, de ejidatarios y de seres dedicados al cultivo de la tierra. Todos ellos han vendido sus tierras, entregándolas a fraccionadores, que han arrasado con la vida de toda la fauna y la flora yucateca. ¿Algún intelectual, antropólogo, académico, artista, patrono o periodista se ha quejado de ese desastre producido a nuestro entorno? ¡Por supuesto, que no! ¿Cómo hacerlo si muchos de ellos viven en esos sitios? Nada más habría que revisar quienes viven en la Ceiba.

Al Tren Maya, en su tramo por Mérida y sectores de algunos pueblos, se le han opuesto pequeños grupos que han logrado amparos y han hecho demandas para detener o impedir esa obra. Es cierto, tienen derecho a la protesta y los logros de esos mecanismos. Pero sucede que yo también tengo derecho a esa obra y los beneficios que me va a brindar. Poca gente lo sabe, pero adoro la arqueología y en vez de danzarín debí estudiar antropología. Fui viajero a centros arqueológicos en tiempos en que los actuales apasionados defensores de las ciudades arqueológicas ni siquiera nacían. Conocí Dzibilchaltún en los años sesenta del siglo XX. Ahí presencié lugares no expuestos al día de hoy. Igual Mayapán, y todas las ciudades de la ruta Puuc y Palenque. Bonampak y otros sitios como él, no los conocí, ni aun hoy, por sus dificultades en el transporte.

Cuando supe del Tren Maya me inundó el entusiasmo porque ya en la tercera podía tenía la posibilidad de tomar un medio de transporte en mi ciudad y llegar, de ella, a los sitios de mis ambiciones cognitivas.

Nunca protesté. Nunca hice un amparo contra los que se oponían a mis derechos de viajar para conocer los orígenes de esta tierra. No lo hice porque había gente conocida entre aquellos. Los conozco. Se de su oportunismo. De sus veleidades y de la pasión que de pronto les ha surgido por la naturaleza.

Para protestar se requieren recursos económicos. Ellos los tienen, yo no. Tener tiempo para acudir a instancias. Yo no lo tengo porque trabajo a destajo. No tengo plaza oficial, porque la única que tenía en la SEDECULTA, Erica Millet Corona, me la quitó sin explicación laboral alguna.   Por eso no proteste contra los que protestaban contra el Tren Maya.

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