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La necesaria educación del oído

Enrique Herrera Marín: “Música en tinieblas” (2002), óleo sobre tela.

Hace años, se presentaba cada domingo en la Plaza Grande una batucada. Escucharla era un tormento. Alguna vez que compré un periódico en los puestos de revistas que había entonces a la entrada del Pasaje Picheta le comenté a la señora que me atendió: “Tengo los nervios a punto de reventar por el ruido de esa batucada. En unos minutos yo ya me habré alejado bastante; sin embargo, ustedes, ¿sí pueden aguantarlo durante horas”. “Qué remedio nos queda, señor. Es terrible. Ya nos hemos quejado, pero no nos hacen caso”.

El problema no es la batucada en sí. Cuando juega la selección de Brasil uno puede escuchar con gusto esta música afrobrasileña y ver que los futbolistas cariocas hacen sus movimientos con el balón como si siguieran el ritmo con finura, con cadencia. También he escuchado con agrado a candomberos uruguayos callejeros, incluso a escasa distancia.

Y esto que comento vale lo mismo para grupos juveniles de rock, que hace décadas hacían enojar a los rockeros de la vieja guardia por sus deformantes estridencias; para los cantantes de música norteña, de quienes un mal chiste dice que los asesinan por cantar muy mal; o para tantos raperos callejeros que copian la pura corteza exterior de ese ritmo sincopado. Pareciera que se trata de llenar el ambiente con un ruido que haga evadir el vacío.

Alguna vez un experto en música académica, pero también intérprete de jazz y salsa, me comentó que aunque no le gustara cierto tipo de música podía reconocer si estaba bien o mal tocada, sin importar que fuese música tropical, folclórica, balada o rock pesado. Hay un factor de orden que puede imponerse al oído.

Una maestra de música tuvo hace unos diez años la idea de trabajar con estos músicos sin formación que se desempeñan de manera profesional, semiprofesional o como aficionados de actuación constante. Se trataba de proponer arreglos al modo en que tocaban, en procurar los ajustes y acoplamientos rítmicos indispensables. Que cualquiera que fuera el género que practicaran lo hicieran de manera agradable al oído. Este proyecto funcionó con eficacia, pero no duró mucho debido a algún cambio de gobierno municipal y ya no se volvió a reactivar.

Estoy convencido de que el entorno sonoro influye de modo poderoso en la conducta y el estado de ánimo de las personas. Que la música mal tocada repercute en muchas situaciones de violencia, fatiga y depresión. Que un movimiento generalizado para educar nuestros oídos contribuiría a disminuir diversos males sociales.

En condiciones de informalidad, la música también facilita la convivencia y con ello las relaciones humanas a nivel de calle y barrio al igual que de grupos de edad. Algo de eso estaba presente en otro proyecto musical, en este caso desarrollado en algunos municipios yucatecos, donde la enseñanza musical no tenía la intención de formar profesionales sino de fomentar en los jóvenes una manera de aprovechar el tiempo libre. Ese proyecto, que tenía como base el desarrollado en Venezuela, funcionó bien mientras estuvo vigente, hasta que dejó de llevarse a cabo debido a otra decisión burocrática, con poca comprensión acerca del impacto social de determinadas manifestaciones culturales.

En Yucatán la música nos acompaña en todos los lugares, aun en contra de nuestra voluntad. Cualquier caminata callejera, traslado en transporte público, consumo en restaurantes, bares y loncherías o la mera apertura de ventanas en nuestras casas nos trae un ritmo tras otro de música popular, a menudo a altos volúmenes. También es una actividad laboral requerida en festejos, ceremonias y actos públicos, por lo cual debería facilitarse una capacitación permanente para quienes la ejercen.

Una provechosa política cultural de aplicación masiva sería enseñar el modo de ejecutar bien la música y educar nuestros oídos ante esta práctica diaria y generalizada, como una manera de contribuir a la paz social de nuestro país tan saturado de violencia.

Jorge Cortés Ancona

Licenciado en Derecho, con Maestría en Cultura y Literatura Contemporáneas de Hispanoamérica. Es egresado del Doctorado en Literatura de la Universidad de Sevilla con una tesis sobre teatro y boxeo, y cuenta con un DEA (equivalente de maestría) de la misma institución. Ha impartido clases y cursos en diversas instituciones educativas y culturales sobre literatura e historia de las artes visuales. Ha escrito numerosos artículos y entrevistas sobre temas culturales y figura en varias antologías de poesía.

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