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El tiempo

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El 17 de julio fue mi cumpleaños. El número 45.

Siguiendo la tradición de Oliver Sacks este es mi cumpleaños de Rodio, el elemento número 45 en la tabla periódica. Desde que decidí adoptar esta tradición me gusta encontrar algún mensaje oculto en las características del elemento en turno. El rodio es un metal brillante que se utiliza como catalizador y para endurecer otros materiales. Tal vez será un año para brillar, ser agente de cambio y ayudar a otros a encontrar sus fortalezas. La interpretación es demasiado obvia, pero me gusta.

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Por mi timidez, los cumpleaños son una de esas interacciones sociales que preferiría evitar. Sin embargo, de una forma más introspectiva, son una fecha muy importante porque cumplir años es la excusa ideal para revisitar las experiencias vividas y hacer planes para el futuro.

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A mí, hay veces que un tema me persigue. Esta vez es el tema del tiempo y los universos paralelos. Esas señales que me ha enviado el universo me llevaron a recordar viejas lecturas de San Agustín de Hipona y también a descubrir que T.S. Eliot reflexiona sobre la relación del hombre con el tiempo en sus Cuatro cuartetos.

Estas lecturas y divagaciones me han hecho pensar que la memoria es en realidad una máquina del tiempo que, si bien nos limita a viajar exclusivamente a momentos que ya hemos vivido, no es menos prodigiosa.

San Agustín decía que también podemos viajar al futuro gracias a la imaginación. Y hace una distinción entre el pasado, eso que vivimos y dejamos atrás; y el presente del pasado, esa versión actual de cómo recordamos lo que hemos vivido: los recuerdos.

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Si entendemos el tiempo como una línea se vuelve más sencillo explicar por qué a veces sentimos ganas de volver a ciertos momentos del pasado.

Cuando miramos hacia atrás podemos vernos a nosotros mismos. Vemos esas otras versiones de nosotros que ya no somos. Podemos ver también a las personas y los lugares que hemos ido dejando atrás.

Quizá la nostalgia existe porque esa línea se dibuja como una posibilidad del regreso. Pero las reglas del juego dicen que, al menos en el mundo tangible, sólo podemos ir hacia adelante. Quizá al morir nos sea posible desbloquear esa habilidad de ir a venir sobre la línea del tiempo a voluntad; pero no ahora mismo, no en el presente.

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Estoy en casa de mi hermano. Hace un segundo la gata ha saltado para escaparse por la ventana. Dejé de escribir y repito la secuencia en mi cabeza para tratar de entender que ha pasado. Ella está ahora en el jardín. Pienso que, de alguna manera, ella saltó al futuro. Yo me he quedado atrás, en el pasado, repitiendo la secuencia del salto en bucle. Me recompongo y doy un pequeño salto en el tiempo para alcanzarla en el presente. Me encuentro con sus ojos verdes, a través de la ventana, y puedo adivinar lo que piensa: “tonto, por qué te enredas tanto en tus pensamientos. Debes vivir más en el presente”.

Quizá es a lo que se refiere T. S. Eliot cuando dice que “sólo con tiempo se conquista el tiempo”. Quizá uno de sus gatos le reveló también este secreto.

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A los veintiocho años perdí a mi mejor amigo. Y aunque no fue la primera vez que perdía a alguien, si fue la primera vez que quise volver el tiempo atrás para cambiar el destino.

Fue entonces cuando aprendí también que el duelo puede hacer las cosas más extrañas, alterar la percepción del tiempo, por ejemplo. A mí me hizo envejecer de golpe y a él conservar su juventud eternamente.

Para sentir que seguimos cerca, me gusta mantenerlo al día con los cambios que, inevitablemente, ha provocado el paso del tiempo. Las novedades principales son que sigo vivo y senté cabeza. Que vivo en Grecia. Que me ha cambiado el carácter. Que ya no estoy tan delgado. Que tengo dos gatas. Que he malgastado demasiado tiempo. Que aún no he ido a Japón. Que cada vez me gusta menos la gente. Que lo extraño.

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Hay también un pequeño grupo de personas a las que a veces pienso que me gustaría poner al día con alguna de estas nuevas versiones mías reveladas por el tiempo. Personas cuya amistad, afecto o confianza perdí en el pasado. Personas que han decidido olvidarme o incluso borrarme del pasado.

Confieso que este deseo más que un acto de redención a veces es pura vanidad. Pero quizá sólo necesite tener la oportunidad de decir: “Lo siento. Estaba equivocado”. Que afortunadamente, como dijo Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

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Luis Edoardo Torres

Dramaturgo, director de teatro y promotor de lectura. Nací en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Actualmente radico en Atenas. En Londres dirigí un taller de escritura que editó dos antologías. También coordiné un club de lectura. Actualmente imparto talleres de escritura creativa y coordino un club de lectura virtual. Mis obras de teatro han sido publicadas en antologías, producidas y traducidas al inglés y el alemán. Tengo un podcast “Un hombre camina” y publico en mi blog http://edtorsan.blogspot.com

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