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Preparativos

La reunión tiene lugar en la terraza trasera de una vivienda ubicada en un suburbio de Mérida. Los asistentes se acomodan como pueden y donde pueden. El objetivo es prepararse para las próximas campañas políticas, un lucrativo negocio desde hace décadas. La mayoría de los presentes son familiares, aunque también hay amigas y amigos cercanos. Circulan pizas, cervezas, refrescos y botanas. Es de noche y el ambiente es relajado.

Don Juvencio y doña Mirta, los anfitriones, saben de estas cosas pues durante su larga existencia han desempeñado varios encargos: el primero ha sido regidor, diputado estatal e integrante de instituciones electorales, pues ha militado en tres partidos distintos, aunque ahora dice que es independiente; por su parte, doña Mirta siempre ha sido activista: ha encabezado invasiones de terrenos ejidales, públicos y privados, ha sido representante de colonos, presidenta y secretaria de casilla, promotora de obras públicas, etc.

–¿Cómo te fue en la pasada elección interna de Morena?, pregunta don Juvencio.

–Cumplimos: llevamos a las urnas a 24 vecinos como nos dijeron y les dimos el nombre del candidato por el que debían votar, responde el joven Tonatiuh.

–Muy bien; ¿Y a ti, Cantimplora?

–Los chavos de la banda le rompieron la cara a más de tres que se quisieron pasar de demócratas.

–Perfecto. Bueno, aparte de los golpes y el acarreo, no hay que perder de vista varias cosas que se necesitan en toda campaña.

–Sí –interviene doña Mirta, esposa de don Juvencio—hay que comenzar a reclutar a personas dispuestas a asistir a los mítines, aplaudir, gritar consignas, distribuir camisetas con los logos de los partidos y los nombres de los candidatos, agarrar banderolas, ir a pararse en los cruceros de las principales avenidas, organizar batucadas, repartir volantes, colgar lonas y luego retirarlas para venderlas…

–Ojalá que pronto pase esto del Covid, pues según me chismeó el otro día doña Flore, sus grupos especializados en abrazar y besar a los candidatos o candidatas, como que ya quieren entrar otra vez en acción, plantea Tepa.

–Deberíamos pedirles a los partidos que, en vez de dar los tradicionales abanicos de cartón, que pronto terminan en la basura, que mejor repartan pequeños abanicos de metal, ya sea de corriente o de baterías; hay unos muy chulos color cobre, opina Chelo, compañera de Tonatiuh.

–Les recuerdo que nosotros no estamos casados con ningún partido, ¿verdad, Juvencio?

–Así es, cariño, desde hace tiempo nosotros prestamos servicios especializados a todos los que estén dispuestos a pagar las cuotas que pedimos. Nos comprometemos a actuar en precampañas, campañas y poscampañas y también antes, durante y después de la jornada electoral.

–Pues a propósito de cuotas, yo creo que hay que pedir más para los chavos que se la rifaron el pasado fin de semana porque si la elección interna de Morena se puso color de hormiga, me imagino que en la presidencial se va a poner más fea la cosa, así que vamos a necesitar más refuerzos y entrenar a lo bestia.

–No había pensado en eso, pero creo que tienes algo de razón, añade don Juvencio.

–También pido un poco más de lanita para los matraqueros, porque hace tres años nos entregaron unas enormes que con trabajo podían cargarlas los compañeros que debían hacerlas tronar; hubo algunos que juran que casi se desmayan por el esfuerzo, expresa Chila, una señora en sus cincuenta; la cónyuge de don Juvencio sospecha que es kech de su media naranja, aunque hasta ahora no ha podido sorprenderlos in fraganti.

–¡No exageres, Chila, ni que estuvieran desnutridos! Afortunadamente todavía se reparten tortas y refrescos en reuniones y mítines; que tu gente coma y beba lo suficiente para que hagan bien su trabajo, la reconviene doña Mirta.

–A propósito de las mega-matracas, también hay que recomendar a los partidos y a los candidatos que las despensas sean más ligeras, pues la vez pasada pusieron muchos peros los que contratamos para entregarlas; alegaron que cargarlas les causaba kampach, se queja Cholo, primo de Tonatiuh.

–Pues las que me tocó distribuir no tenían más que pastas, sunchos, churritos, charritos y maruchans y no pesaban nada, susurra Tobi.

–¿Y qué vamos a hacer con los vecinos que se impacientan cuando los candidatos y candidatas llegan tarde a las reuniones, como pasa casi siempre?, indaga Tila.

–Siempre hay que tener a mano botellitas de horchata o de jamaica, o volantes con la trayectoria y las promesas de los aspirantes, dice Endriago, sobrino de doña Mirta.

–De lo que se trata es de mantener su interés, no de que se duerman, riposta doña Ruda, ducha en estos menesteres.

–En última instancia hay que decirles que seguimos el horario de Dios, asevera don Juvencio, pero lo único que cosecha son miradas de incredulidad y muecas de casi todos los presentes, excepto de su esposa, quien está concentrada en escudriñar todos los detalles del rostro de Chila para confirmar o descartar sus sospechas.

–Yo quiero proponerles esto: a los que vayamos como visitadores de los partidos a las casas de los machuchones que también se nos permita pedir ayuda de cualquier tipo para la gente pobre, de preferencia en efectivo, dice Odilia.

–Eso si se dignan abrir sus portones, pues generalmente te responden por esos aparatos por los que te ven y oyen, manifiesta Tundra. Ni un vaso de agua te dan.

–No mezcles las cosas, Odilia, le advierte don Juvencio.

–No las mezclo, don Juve. Los pobres a beneficiar seríamos nosotros mismos.

–Ah, bueno, así la cosa cambia. ¿Algo más que se nos esté pasando por alto?

Todos repasan en sus mentes qué han hecho en las campañas pasadas y qué innovaciones podrían introducir en las próximas.

–¿Quiénes van a manejar los trolls y bots?, pregunta Fecundo, pretendiente de Odilia.

–¿De qué hablas, muchacho?, pregunta don Juve.

–De esas cosas que se hacen por internet, hijo, dice doña Mirta.

–Pues si hay oportunidad de trabajar con el equipo cibernético de algún candidato o candidata, me pueden proponer porque yo sí sé algo de eso. Desde luego que les daría su comisión, se anima Fecundo.

–Bueno, pues si no se les ocurre algo más, nos vemos en un mes para seguir afinando los detalles, concluye don Juvencio.

Terminada la reunión, los asistentes permanecen un rato más intercambiando ideas y proyectos. Unos abordan sus vehículos, otros piden su Uber, mientras que doña Mirta permanece con la cochina duda en la cabeza.

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