
Comenzamos esta nota por el final del título; es decir, por el concepto de cultura a la luz de la Biblia.
Una interpretación que me parece luminosa sobre el mito del paraíso bíblico, es la que afirma que cuando Adán comió el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, el ser humano perdió sus atributos de inocencia y de vida cómoda dentro de la naturaleza, este presunto hecho es una alegoría del momento en el que un homínido se detuvo ante la contemplación de su entorno y se preguntó ¿qué es esto?
En otras palabras, antes de ese momento el homínido vivía como los demás animales, o sea sin conciencia del tiempo, sin noción de la muerte, hecho uno con la naturaleza, pero cuando se hizo esa pregunta esencial se separó para siempre de su entorno para dar paso a la cultura, la cual a su vez interpreta Sigmund Freud como un perpetuo problema en su libro El malestar en la cultura, porque para hacerse la vida más cómoda, menos peligrosa, el ser humano debe sacrificar la satisfacción de sus instintos básicos para poder sobrevivir, porque de lo contrario se enfrentaría no sólo a los poderes naturales, sino a sus propios semejantes.
Como es sabido, esta operación de sobrevivencia está a cargo de uno de los tres componentes de la psiquis humana, el ego (el yo), que interpreta la realidad circundante para indicarle a la parte instintiva del ser, el id (lo ello), cuáles son las satisfacciones que le son posibles (la otra parte es el superego, equivalente a la posición social que pretende el individuo, generalmente asociada a la figura del padre o de la madre, según el género).
Sin embargo, al estar redactado el Pentateuco o Torá (los primeros cinco libros de la Biblia) por un hombre, Moisés, representante de una cultura patriarcal (la egipcia, porque la hebrea aún no existía, al estar constituida por seres primitivos, entregados al imperativo de sus instintos primarios, de los que Moisés quiso sacarlos); al ser un hombre Moisés, reitero, proyectó en la figura de Jehová este dominio masculino. Como bien lo ha descrito Erich Fromm, el dominio masculino busca la obediencia de sus hijos, y los ama en la medida en que obedecen al patriarca; en cambio, la mujer ama a sus hijos por eso precisamente, porque son sus hijos.
Es así que en el Antiguo Testamento abundan las menciones de Jehová como un dios que premia la obediencia y, contrariamente, castiga duramente a los desobedientes. Igualmente, es revelador que al preguntarle Jehová a Adán por qué esconde su desnudez ante él, Adán le eche la culpa a su mujer, Eva, de modo que el dios de los hebreos los condena a la muerte (que antes no existía al no tener ellos conciencia de ella), a la maldición de la moral —pues tendrán que ocultar sus partes íntimas—, a hacer producir la tierra con esfuerzo, y a Eva le dice: “hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará”.
Sobre este fenómeno de rotundo carácter universal, la epopeya de la creación de la cultura hebrea, Thomas Mann, casado con una judía y simpatizador de esa cultura, escribió una breve novela titulada Las tablas de la ley, en la que destaca la condición primitiva del pueblo judío durante su esclavitud en Egipto, pero también la renuencia de ellos a aceptar los rígidos cánones de la moral impuesta por Moisés, pues a su manera, vivían felices en su condición casi animal, en la que estaban ausentes los hábitos de la higiene y la prohibición del incesto, entre otras costumbres dañinas o involucionistas.
Es también en el Génesis donde aparece la primera rebelión de los hebreos ante el carácter digamos que absolutista de la justicia de Jehová, específicamente en el pasaje que relata el hermoso regateo entre Abraham y su dios, respecto de cuántos hombres justos era necesario encontrar en Sodoma para que no fuese destruida, el cual dice así: “Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío?
”Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él?
”Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?
“Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos.
”Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza.
”Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la ciudad? Y dijo: No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco.
”Y volvió a hablarle, y dijo: Quizá se hallarán allí cuarenta. Y respondió: No lo haré por amor a los cuarenta.
”Y dijo: No se enoje ahora mi Señor, si hablare: quizá se hallarán allí treinta. Y respondió: No lo haré si hallare allí treinta.
”Y dijo: He aquí ahora que he emprendido el hablar a mi Señor: quizá se hallarán allí veinte. No la destruiré, respondió, por amor a los veinte.
”Y volvió a decir: No se enoje ahora mi Señor, si hablare solamente una vez: quizá se hallarán allí diez. No la destruiré, respondió, por amor a los diez.
”Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham; y Abraham volvió a su lugar.”
A propósito de rebelión, es interesante acudir a un mito, el de Lilith, brillantemente analizado por Sandra Barba en su ensayo “Lilith: una historia feminista entre la tradición y la posmodernidad”, publicado en la revista Letras Libres. Antes de abocarnos a este ensayo, es necesario acudir otra vez al Génesis para recordar que antes de que Jehová hiciera salir a Eva de una costilla de Adán, la deidad hebrea creó al ser humano, “macho y hembra los creó” y 26 versículos después se dice que Jehová creó a Eva.
A partir de esta especie de lapsus bíblico, y siguiendo la leyenda de Lilith, proveniente del folklore judío, Sandra Barba apunta: “Sabemos que Judith Plaskow, la primera feminista judía autonombrada teóloga, se reunió con sus pares en los primeros años de la década de 1970 para leer y reinterpretar los textos sagrados de su religión. Sin abandonar el judaísmo ni al feminismo, el grupo de Plaskow usó la tradición para modernizarla. Por primera vez en 800 años, las intérpretes eran mujeres, y no hombres. Juntas decidieron narrar el mito de Lilith desde su perspectiva.
”La versión que retomaron es parte de un compendio de comentarios sobre las Escrituras, redactados por Ben Sira en el año 180 a.C. En esa historia, Lilith —creada a partir del barro, como Adán, y no de su costilla— se niega a acostarse debajo de Adán. Si ambos fueron creados de la tierra, argumenta, no hay razón para que su destino sea estar abajo de él. No consiguen entenderse y, al poco tiempo, Lilith pronuncia el nombre íntegro de Dios y sale volando por los aires del universo.
”(…) La historia que creó Judith Plaskow y su grupo de teólogas judías interpreta que Lilith y Adán son iguales en todos los aspectos y explica la ruptura de la primera pareja en el carácter autoritario de Adán, quien se negó a reconocer la igualdad entre uno y otro. ‘Tráeme mis higos ahora mismo’, le ordena, al tiempo que pretende relegarla a las ‘tareas cotidianas del jardín del Edén”.
Por Carlos Torres
En un monasterio en Tailandia, en proscenio, en la mesa de mi casa, en la parada Maroma del tren que cruza el desierto, en San José del Pacífico, en una rueda de la fortuna de Chapultepec, estudiando a los mayas y en la redacción de un periódico, he conocido maestros que me mostraron el poder de la Unicidad, del desapego, de la impermanencia, de las sombras, de la condición humana… mi maesro Carlos Torres me condujo a comprender que la palabra crea mundos dentro del mundo y me invitó a caminar de espaldas al horizonte. Celebro que quienes lo queremos y admiramos, repliquemos la luz de sus palabras…