La dimensión oculta de la expansión urbana es todo eso que ahora mismo no queremos ver, pero que en un futuro próximo lamentaremos no haber previsto los lugares estratégicos para las infraestructuras para la movilidad, los suministros de energía y agua, los parques y espacios culturales, así como otros equipamientos para la educación, el deporte y la salud, que en su conjunto enriquecen la experiencia urbana y la vida cotidiana. Habría que reflexionar sobre lo siguiente: ¿De cuántos Paseos de Montejo nos estamos perdiendo en la periferia de Mérida? Y ¿en qué se convertirá la periferia y su zona metropolitana en los próximos 20 o 50 años?

La expansión de la ciudad de Mérida entre urbanizaciones privadas y la proliferación de comercialización de terrenos de inversión más allá de los límites municipales, enciende los focos rojos sobre cualquier buena intención que se quiera realizar para planear el “desarrollo” urbano. Cabe destacar que las inversiones inmobiliarias son relevantes en el crecimiento económico de determinado sector y a su vez representan un indicador de confianza en el contexto del sureste mexicano.
Sin embargo, la velocidad con la que ha crecido la oferta inmobiliaria en esta última década deja ver dos cuestiones relevantes: primero que nada, que ni en la escala estatal como en la municipal, existen los mecanismos asertivos para monitorear los impactos que se generan a partir de la velocidad con la que la ciudad de expande. Y, en segundo lugar, que los instrumentos jurídicos aún no reconocen dos elementos claves de la oferta inmobiliaria, para poder regular, ordenar y frenar el tema de la expansión. Desde esta perspectiva, las urbanizaciones cerradas y los terrenos de inversión juegan un papel primordial en el tablero de la planeación urbana.
Continuar hablando de planeación urbana sin poner sobre la mesa estos dos determinantes de la estructura territorial, es como aproximarnos al precipicio y simplemente dejarnos llevar por la inercia, para luego justificarnos con el tan socorrido “no lo vimos venir”. Pero ¿por qué hay que darles tanta importancia a estos modelos de oferta inmobiliaria? Porque hay que partir de un principio fundamental que diferencia el derecho a la propiedad del derecho a edificar. Esto significa, que cualquiera tiene derecho a tener una propiedad, suelo urbano o urbanizable. Pero esto no significa que podamos construir lo que queramos y como lo queramos.

El derecho a la ciudad y el acceso a las oportunidades al desarrollo humano, empiezan desde un posicionamiento social y político, en donde el espacio público y colectivo es el gran ordenador del territorio. Maurice Cerasi con su obra el Espacio Colectivo de la Ciudad, deja de manifiesto cuáles son los lugares que, a pesar del paso del tiempo, siguen vigentes en la vida y memoria de la población. Reúnen las condiciones de permeabilidad, accesibilidad, identidad y capacidad de convocatoria, porque en su entorno inmediato suceden cosas de interés para la comunidad.
El acceso a los equipamientos, sean parques, mercados, clínicas o escuelas entre otros, es lo que le da sentido a la ciudad. El flujo del transporte público y de otros tipos de movilidad representan los niveles de eficiencia urbanística que la ciudad le ofrece la población y a su vez, contribuyen a la generación de valores complementarios a la propiedad privada. La generación de plusvalía, por tanto, no se garantiza únicamente por lo que se ofrece al interior del predio, sino que es una construcción colectiva a lo largo del tiempo, y con la participación entre los inversionistas privados y la obra pública.

¿Qué sería de Mérida sin el Paseo de Montejo? Y ¿qué sería de Mérida si el concepto del desarrollo inmobiliario del Paseo de Montejo hubiera sido una urbanización cerrada y aislada del resto de la estructura urbana? En este sentido, la pobreza o el éxito urbano tiene que ver con la manera en que conceptualizamos la ciudad y el espacio público. Si la inversión se centra únicamente en la dimensión privada, estamos descartando y desconociendo el sentido primordial de la “polis”, para pasar a darle prioridad a “guetos” o barrios cerrados desarticulados entre sí. Y aún más, a fomentar un consumo de suelo innecesario, alimentado por un futuro incierto, que más allá de la especulación con base a la idea de que el valor de la tierra aumentará y el riesgo individual que cada comprador asume, tenemos que la ciudad en su conjunto e integralidad pierde la oportunidad de planear y ejecutar obras de gran escala, que son de beneficio para todos en el corto, mediano y largo plazo.

En virtud de lo todo lo anterior, la dimensión oculta de la expansión urbana es todo eso que ahora mismo no queremos ver, pero que en un futuro próximo lamentaremos no haber previsto los lugares estratégicos para las infraestructuras para la movilidad, los suministros de energía y agua, los parques y espacios culturales, así como otros equipamientos para la educación, el deporte y la salud, que en su conjunto enriquecen la experiencia urbana y la vida cotidiana. Habría que reflexionar sobre lo siguiente: ¿De cuántos Paseos de Montejo nos estamos perdiendo en la periferia de Mérida? Y ¿en qué se convertirá la periferia y su zona metropolitana en los próximos 20 o 50 años? Finalmente, tenemos que la vigencia del Paseo de Montejo después de poco más de un siglo como parte de la estructura urbana, nos enseña que la dimensión pública de la “polis” es lo que verdaderamente trasciende a lo largo de las décadas y que, al mismo tiempo, es un elemento clave para reinventarse. Para ello, en una siguiente reflexión les compartiré el ejemplo del proyecto Madrid Nuevo Norte, una interesante propuesta en donde el espacio público, las áreas verdes, centros de trabajo y el transporte son los ejes principales que dan lugar a la vivienda, servicios y comercios.
Por: Dra. en Arq. Yolanda Fernández Martínez