Nota de Carlos Torres
Cada determinado tiempo, impredecible, la humanidad se enfrenta a pandemias misteriosas, inexplicables, como lo es ahora el coronavirus, que rápidamente ha desbordado las murallas chinas para instalarse en numerosos países, incluido México.
Al respecto, una nota de opinión no firmada que fue publicada el sábado 7 de marzo en el diario La jornada, comenta que “la epidemia del coronavirus, denominado Covid-19, ha dejado al descubierto aspectos oscuros de las sociedades contemporáneas que en circunstancias normales permanecen latentes u ocultos: desde la xenofobia y la absoluta falta de empatía con quienes atraviesan circunstancias difíciles —exhibidas por amplios sectores de la población— hasta la propensión, de no menos ciudadanos, a dejarse llevar por el pánico, los rumores y la desinformación”.
El carácter enigmático de ésta y otras pandemias notables alienta interpretaciones oscuras, mitificadoras, cuando no pseudorreligiosas. Y a su vez, la ciencia médica según me parece, aún no da una explicación satisfactoria del origen del coronavirus.
En publicación del 6 de marzo, el portal español redacciónmédica apunta: “El miedo y la incertidumbre, sumados a la ingente cantidad de información que circula estos días acerca del virus, han ido generando un caldo de cultivo propicio para la creación de suposiciones, conjeturas y teorías conspirativas.
”Como ya ocurrió con la epidemia del zika en España, hay quien piensa que puede tratarse de un arma biológica diseñada para acabar con cierto porcentaje de la población. Según esta teoría, el virus habría sido inventado en el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Wuhan (WHCDC), de forma premeditada. El objetivo, según esta teoría, sería reducir la población de ancianos en el país o equilibrar el porcentaje entre hombres y mujeres. Hay una tercera línea que apunta a una propagación accidental del virus. Así lo afirmaba un artículo de Tecnocrazy News. “Cada vez está más claro que el coronavirus es un arma biológica lanzada a propósito o accidentalmente.
”Científicos especializados en salud pública, entre los que se encuentra el español Luis Enjuanes, del Centro Nacional de Biotecnología, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), desmintieron públicamente esta información a través de un comunicado en la revista The Lancet, defendiendo la labor de todo el personal sanitario. ‘Hemos visto como los profesionales de la salud pública y profesionales médicos en China, en particular, han trabajado diligentemente y de forma eficiente para identificar rápidamente el patógeno detrás de este brote, poner en marcha medidas significativas para reducir su impacto, y compartir sus resultados con la comunidad sanitaria a nivel mundial’.”
Así entonces, dejando estos misterios en manos de quienes se hallan capacitados para desentrañarlos científicamente, veamos que las pandemias han ocupado la mente de brillantes escritores, cuyas obras respectivas han sido llevadas en ocasiones al cine, algunas veces de manera excelente.
Para comenzar, recordemos que el Premio Nobel francés-argelino Albert Camus publicó en 1947 La peste, en la que según mi lectura personal, sucumben a la enfermedad quienes más le temen, mientras que personas con fuerte carácter permanecen inmunes a ella, como lo es el protagonista de la novela —que acontece en la localidad argelina de Orán en el siglo XX—, el doctor Rieux.
Esta ubicación de la peste en el siglo XX, según me parece, se debe justamente a la época demencial que significó la Segunda Guerra Mundial con su holocausto judío perpetrado por nazis, y la entronización del régimen estalinista, con no menos crímenes de lesa humanidad.
Como se sabe, han existido tres grandes pandemias de la enfermedad: la peste de Justiniano que se desarrolló entre los siglos VI y VIII; la segunda pandemia que se ha llamado la peste negra produjo sucesivos brotes en Europa entre los siglos XIV y XVIII; y la tercera pandemia de peste, que surgió en China durante el siglo XIX.
Por su parte, el también Premio Nobel alemán Thomas Mann, escribió la novela Muerte en Venecia, publicada en 1912 en la que el venerado y ficticio escritor Gustav von Aschenbach —un alter ego del propio Mann— sucumbe a la epidemia de cólera que azota a dicha ciudad, no tanto en cuanto víctima absoluta de la enfermedad, sino porque su psiquis se halla dividida entre sus deberes de artista y la pasión casi senil que inesperadamente le despierta un bello mancebo que deambula en el hotel donde se hospeda Aschenbach.
Esta novela fue llevada al cine en 1971 por el magnífico cineasta Luchino Visconti, quien en vez de presentar a Aschenbach como escritor lo convirtió en músico, y la música de fondo, muy apropiada, es de Gustav Mahler.
Dirk Bogarde encarna a Gustav von Aschenbach, y la muy bella Silvana Mangano, en los umbrales de la madurez, le da vida a la madre de ese adolescente perturbador, Tadzio.
Gabriel García Márquez también se ocupó de esta pandemia en su novela El amor en los tiempos del cólera (de 1985), en la que el sensible y lírico Florentino Ariza, especializado en escribir cartas de amor para otras personas, se enamora de una bella chica a la que ve de lejos asomada a la ventana de su casa, y al parecer ella le corresponde, pero en el momento en que se encuentran cara a cara en la calle, Florentino sufre un acceso de pánico que ella percibe y entonces decide no verlo ya nunca más; se casa con un médico y luego, ya viuda, al cabo cincuenta y tres años, siete meses, y once días con sus noches.
En la versión cinematográfica de esta obra, ese momento clave en que Florentino se encuentra con su amada, es recreado fielmente por el actor hispano Javier Barden.
La película El amor en los tiempos del cólera se filmó en el 2007, dirigida por Mike Newell. Fue rodada en Cartagena de Indias, Colombia. Las hermosas secuencias del barco de Florentino, que desempeña un papel importante en la cinta, pertenecen al río también colombiano Magdalena.
A su vez, la novela de título engañoso Ensayo sobre la ceguera (de 1995), del portugués José Saramago (Premio Nobel 1998), tiene concordancia con la peste y el coronavirus en el sentido de que es de origen desconocido y aparece y desaparece, como la peste, cuando quiere y como quiere.
Esta narración tiene concomitancias sociológicas, principalmente en lo que se refiere al egoísmo humano. Como en La peste de Camus, hay un personaje central, en este caso la mujer de un médico, que es la heroína de la obra y que interpretó la siempre atinada Julianne Moore.
Ensayo sobre la ceguera también tiene adaptación cinematográfica, titulada simplemente Ceguera (Blindness), rodada en el 2008 bajo la dirección del brasileño Fernando Meirelles. En dicho año, fue nominada para la Palma de Oro del Festival Internacional de Cine de Cannes.
Edgar Allan Poe no fue ajeno a este selecto grupo de autores, pues en su cuento de tipo gótico La muerte de la máscara roja, publicado en 1842, concibe la historia de la abadía almenada del príncipe Próspero, en la que Próspero y otros mil nobles se han refugiado en esta abadía para escapar de una terrible plaga con síntomas espantosos que se ha extendido sobre la Tierra.
Las víctimas padecen dolores agudos, mareo repentino y mueren en menos de media hora. Próspero y su corte son indiferentes a los sufrimientos de la población en general; tienen la intención de esperar el fin de la plaga en el lujo y la seguridad detrás de las paredes de su refugio, después de haber soldado las puertas cerradas.
Sin embargo, tras seis meses de aislamiento, una noche en que celebran un baile de máscaras, se aparece un personaje sombrío que nadie sabe quién es. Próspero lo persigue con daga en mano hasta acorralarlo en una cámara igualmente umbría, donde ese personaje se quita la máscara y Próspero cae muerto de inmediato, porque esa máscara y ese ropaje no encubren a nadie.
Sobre este cuento, hay casi tantas interpretaciones como personas existen. En lo particular, prefiero dejarlo en su pura manifestación del horror, el mismo que en fondo de nosotros provoca la aparición de pandemias inexplicables…